Desde el 2011, me desempeño como docente en la Institución Educativa
Rural Marina Orth, enmarcada en un entorno muy verde, rodeada de mucha naturaleza, con una comunidad educativa muy acogedora y familiar, donde puedo como docente crear, aplicar y proyectar lo mejor de mi ser y los conocimientos que he adquirido a través de mi ejercicio profesional y del día a día con mis estudiantes y pares.
Me gradúo como Tecnologa en Sistematización de Datos del Politécnico Jaime Isaza Cadavid, trabajo unos años en la empresa privada, pero siempre ronda por mi mente el deseo de trabajar en el sector de la educación. Por medio de una vecina me doy cuenta de que la corporación Lasallista ofrece una profesionalización en educación para los tecnológos y en tiempo record de un día, porque se vencía el plazo, me presento con todos los papeles, logro la inscripción y doy inicio a esta capacitación que me confirma que esto es lo que me gusta y apasiona. Termino la profesionalización y me presento a una convocatoria que realiza el Municipio de Medellín, presento la prueba escrita en la U de A, alcanzo los puntajes, paso la entrevista y el 17 de febrero de 1997 me nombran por decreto, como docente de Tecnología e Informática. Inició mi proceso profesional primero realizando la licenciatura en Educación, entonces me graduó como Licenciada en Educación con énfasis en Tecnología e Informática, en la Universidad San Buenaventura y doy así continuidad a mi proceso formativo, con cuatro especializaciones más: Especialista en pedagogía y Didáctica (U. María Cano), Desarrollo del Aprendizaje Autónomo (UNAD), Evaluación (U. Católica de Manizales) y Gerencia en Informática (U. Remigton).
Pertenezco
a una familia de raigambre paisa por mi padre ser oriundo de Don Matías y mi madre de Pueblo Rico (Caldas), se
conocen y enamoran en Anserma y allí se casan y organizan, mi padre con
diferentes oficios: arriero en su juventud,
topógrafo más adelante y en su madurez conductor y mi madre ama de casa y líder en su familia,
conforman una linda familia, fundamentada en los principios morales y
religiosos de su cultura y su época. Mi padre como buen paisa y colonizador no se queda en un solo sitio y
recorre otras municipalidades en “El
Gran Caldas” hoy Eje Cafetero. Viven una época de estabilidad económica, no les
falta nada, existe un ambiente muy sano para levantar a la familia, pero llega
la violencia de los años cuarenta y el panorama político y social cambia en el país en especial en los municipios del viejo Caldas y sus alrededores. Unas fuerzas del gobierno polarizadas y caldeadas por una intolerancia de partidos
donde mi familia le toca ver morir a
vecinos y familiares y sumado a esto unos hijos entre los 18, 17, 15 años de
edad y una novedad familiar, una nueva integrante, producto del amor de unos
padres añosos y esa novedad fue Carmencita
(La chencha), que en un principio generó regaños de mis hermanos a mis padres y
luego fue el centro de todos los afectos en el hogar. Todas estas circunstancias
impulsaron a la familia a desplazarse a un sitio que facilitará el ambiente
propicio para terminar de crear la familia y ese fue Envigado, donde con
anticipación habían mandado al segundo hijo a buscar trabajo y a terminar su
bachillerato en la nocturno del Liceo de la Universidad de Antioquia, el hijo
mayor ya se había ido a prestar su
servicio militar a Ipiales (Pasto) y la
hermana sólo le quedaba terminar sus estudios
en la Normal de Señoritas de Envigado.
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| I.E. Marceliano Vélez |
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| Institución Educativa Marceliano Vélez |
Nos
radicamos en Envigado municipio tranquilo, donde inicio mi vida escolar a muy
temprana edad por influencia de mi
hermana que ya se desempeñaba como maestra y había intrigado para que me
recibieran en el grado primero con apenas 6 años, cuando el requisito era
ingresar a la escuela con ocho años cumplidos,
logra entonces con sus colegas de la Normal de Señoritas de
Envigado, ubicarme en la escuela
Marceliano Vélez al cuidado de la señorita Amparo González en un grupo con 78
estudiantes, donde era un privilegio que en la semana la profesora se refiriera
a uno por su nombre, aprendí a leer y a escribir pero antes formé parte de la
fila de los que eran duros para aprender y no de los otros, los más
sobresalientes, me tocaron castigos físicos como pellizcos, empujones, hacer
fila en el patio con los brazos arriba en un sol canicular por motivos que ya
no recuerdo. Son innumerables mis gratos recuerdos: mis primeras letras, al
cariño de mis docentes y compañeras, los programas que transmitían por
televisión educativa y que era como un
premio que nos llevaran a verlos en un televisor blanco y negro, la leche en
polvo que nos empacaban para llevar a las casas y que llegaba de muy lejos, el
único color naranja que tenía para pintar mis dibujos y la salida del colegio.
De todos mis recuerdos gratos y otros no tan placenteros, queda uno en mi mente, el recuerdo
gravado a estilo de tatuaje.
En
el año de 1969, estaba cursando cuarto de primaria, era el final del año y
realizaban las pruebas finales, una mañana muy fría en un salón diferente a al
salón de las clases, estábamos las estudiantes, la rectora y aquí hago el paréntesis, era ella Doña
Maruja la que nos hacía cantar Mazatlán todos los días como si fuera un himno,
ella una mujer blanca, gruesa, de pelo corto, boca grand, labios finos,
las uñas largas, los zapatos altos de
tacón puntilla, la falda estrecha y una mirada penetrante e inquisidora. En alguna oportunidad que no fui al acto
obligatorio de la misa el domingo, el lunes nos filó a todas en el patio central y una por una nos pellizcaba, cuando me llegó
el turno no sólo sentí el dolor del pellizco torcido, sino una carga eléctrica
que me dejó paralizada.
Retomando la historia, me encuentro cursando mi cuarto año de primaria en la Escuela Marceliano Vélez, una Institución cercana al parque de Envigado en la vía principal, construida con unos corredores adornados de unos arcos altos y unas baldosas en mosaico amarillas y rojas, estamos en los exámenes finales y en la escuela solo hay hasta grado cuarto porque para el otro año pasaría a la Escuela Anexa de la Normal Superior de Señoritas de Envigado donde cursaría el grado quinto de primaria.
El día erá frio y gris, me encuentro con mis mejores galas, mi vestido todo blanco y cortico que en otra época fue de mi primera comunión, los zapatos de plástico negros, marca Panam, mi cabello crespo, mi cara redonda, mis ojos tristes y un pequeño estrabismo en ellos que llevaban a pensar a los demás, que la niña era tímida, mimada y muy pequeña en edad para estar en ese grado y todo por la influencia de mi hermana mayor.
Retomando la historia, me encuentro cursando mi cuarto año de primaria en la Escuela Marceliano Vélez, una Institución cercana al parque de Envigado en la vía principal, construida con unos corredores adornados de unos arcos altos y unas baldosas en mosaico amarillas y rojas, estamos en los exámenes finales y en la escuela solo hay hasta grado cuarto porque para el otro año pasaría a la Escuela Anexa de la Normal Superior de Señoritas de Envigado donde cursaría el grado quinto de primaria.
El día erá frio y gris, me encuentro con mis mejores galas, mi vestido todo blanco y cortico que en otra época fue de mi primera comunión, los zapatos de plástico negros, marca Panam, mi cabello crespo, mi cara redonda, mis ojos tristes y un pequeño estrabismo en ellos que llevaban a pensar a los demás, que la niña era tímida, mimada y muy pequeña en edad para estar en ese grado y todo por la influencia de mi hermana mayor.
En
presencia de Doña Maruja la rectora, el párroco de la iglesia más cercana el
Presbítero Eugenio Restrepo, docentes y el grupo de estudiantes a evaluar,
presentaba ese día mi evaluación final de
Religión, el tema a evaluar eran preguntas del catecismo del Padre
Astete, cuando me tocó el turno debía responder una sola pregunta que
determinaría mi calificación final: -¿Qué entendéis por hombre de Cristo? –
Uhmmm… la pregunta me la cambiaron por otra, no sé si más corta o más compleja,
pero el susto y la mala memoria ya me habían invadido y lo único que recuerdo
son unas lágrimas que recorrían mis mejillas y
una gran humedad en mis medias y zapatos. No he preguntado ni recuerdo cómo salí de
allí, ni tampoco cómo llegué al grado quinto, lo cierto del caso es que me
quedó de por vida la sensación de dolor estomacal y sudor frío en mis manos
cada vez que soy sometida a una evaluación.
Me gradúo como Tecnologa en Sistematización de Datos del Politécnico Jaime Isaza Cadavid, trabajo unos años en la empresa privada, pero siempre ronda por mi mente el deseo de trabajar en el sector de la educación. Por medio de una vecina me doy cuenta de que la corporación Lasallista ofrece una profesionalización en educación para los tecnológos y en tiempo record de un día, porque se vencía el plazo, me presento con todos los papeles, logro la inscripción y doy inicio a esta capacitación que me confirma que esto es lo que me gusta y apasiona. Termino la profesionalización y me presento a una convocatoria que realiza el Municipio de Medellín, presento la prueba escrita en la U de A, alcanzo los puntajes, paso la entrevista y el 17 de febrero de 1997 me nombran por decreto, como docente de Tecnología e Informática. Inició mi proceso profesional primero realizando la licenciatura en Educación, entonces me graduó como Licenciada en Educación con énfasis en Tecnología e Informática, en la Universidad San Buenaventura y doy así continuidad a mi proceso formativo, con cuatro especializaciones más: Especialista en pedagogía y Didáctica (U. María Cano), Desarrollo del Aprendizaje Autónomo (UNAD), Evaluación (U. Católica de Manizales) y Gerencia en Informática (U. Remigton).
Si deseo mirarme desde afuera y ser honesta conmigo misma
diría que tengo la intención y la vocación, pero me quedo corta en los procesos de enseñanza y aprendizaje, especialmente en la evaluación, porque siento demasiada responsabilidad y compromiso de medir un estudiante desde el aspecto cualitativo, cuantitativo y formativo. Aún me afectan trazas de la educación tradicional y
rígida que recibí, quizás es el acto que más reflexiono y que más genera dolor en mi quehacer docente.
Pero no todo se queda así con un final "mocho"
Pero no todo se queda así con un final "mocho"
Hace 20 años me inicié en la educación y desde esa época escucho lo mismo: que hay que mejorar la calidad de la educación, que esta debe ser activa y centrada en los estudiantes, que no hay que enseñar muchas cosas sino enseñar a pensar, que la calidad depende de lo buenos que sean los maestros y de los resultados evidenciados en las pruebas de Estado.
La evaluación se utiliza como práctica de poder y control en nuestra institución y cada vez que la incorporamos como instrumento de coerción con el fin de obtener ciertas actitudes favorables dentro de la clase, como es la disciplina, la atención o el logro de unos objetivos propuestos por el docente.
Se articula al proyecto educativo la mayoría de las veces más como una meta que como un proceso de monitoreo y reflexión al interior del quehacer pedagógico y de aprendizaje del estudiante.
El actual sistema de evaluación ha hecho posible la instalación del profesor en una situación falsa, en la que le es posible sentirse con autoridad, con prestigio y con poder (respetado y psicológicamente seguro) en virtud que tiene que emitir su juicio sobre los alumnos. (Fernández, 1994. p. 37).
La evaluación, lejos de reprobar al estudiante por no haber alcanzado sus metas, debe convertirse en un recurso, que le permita apoyarse sobre lo que ya sabe, para recorrer nuevamente el camino que lo conduzca al aprendizaje esperado. Es decir, ayudarle para que sea capaz de formarse como sujeto. Lo que se pretende con el estudiante, es que él participe en la toma de decisiones, que empiece a tomar conciencia de su realidad, que sea consciente de sus alcances y limitaciones prueba de ello es la importancia que tiene la autoevaluación en el proceso de aprendizaje y enseñanza.
En la institución IERMO se utiliza mucho los tradicionales exámenes escritos que sólo han servido, en su gran mayoría, para demarcar selectivamente a un grupo de estudiantes que se rotulan como los más capacitados e inteligentes de la clase sin tener en cuenta las múltiples y variadas capacidades y estilos de aprendizaje de los otros.
Teniendo en cuenta que la mayoría de los docentes en la Institución Educativa Rural Marina Orth realizan prácticas pedagógicas de estilo tradicional y los resultados de las evaluaciones generan frustración tanto en docentes como en estudiantes por los resultados obtenidos, presentó una propuesta de mejoramiento de la evaluación utilizando las TIC´sa través de la implementación en todas las áreas del portafolio electrónico, la cual impactará positivamente el desarrollo de la enseñanza y el aprendizaje.
El portafolio como herramienta de evaluación posibilita la reactivación y consolidación de los valores, de habilidades de aprendizaje, estimula estrategias de aprendizaje, ayuda a los estudiantes a monitorear su propio progreso y a desarrollar mecanismos de autoevaluación, estimula un sentimiento de superación, influye en la habilidad de los estudiantes para retener y aplicar en diversos contextos y de formas diferentes, el material aprendido.
Además permite la portabilidad y la integración de las tecnologías en su construcción, la cual se aprovecha de una de las fortalezas de la Institución que son sus recursos tecnológicos y uno de las metas más importantes para alcanzar del PEI, como es: la formación con énfasis en Tecnología-Informática de sus estudiantes.



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